Tito era un niño alto, de mirada soñadora y paso firme al contar las baldosas de la acera. Sin embargo muchas veces una incipiente timidez le
atrapaba en sus garras sin dejarlo escapar por mucho que se esforzara.
Un día, durante el recreo, se juntó con
unos compañeros de clase para comerse el almuerzo que su madre, con mucho mimo,
le había puesto en la bolsa que ella misma le cosió antes de empezar el curso.
Uno de los chicos dijo que él de mayor
quería ser contable como su padre y que éste ya le estaba enseñando cómo se
hacen las cosas cuando eres un buen profesional de los números. Sus gestos y
sus palabras emanaban orgullo hacia su padre y su futuro.
Tras él, el resto de niños enumeraron las
profesiones que tenían pensadas para cuando se hicieran mayores: piloto,
médico, astronauta, veterinario, abogado,.... Tito se puso muy nervioso cuando
tocó el turno de su respuesta; en cuestión de segundos se ruborizó de tal
manera que tuvo que fingir un ataque de tos. No se atrevía a decir la verdad,
seguramente sus compañeros no la aceptarían, o al menos eso era lo que había
previsto.
Esa misma noche, después de meterse en la
cama, tomó una decisión: les diría a todos, hasta a sus padres, lo que quería
ser de mayor. Para estar lo bastante preparado, se puso frente al espejo de su
habitación y con orgullo ensayó:
- ¡Pues yo de mayor quiero ser un héroe de
cuento!
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