A veces me creo que puedo y me invade un torrente de alegría y ánimo.
Otras es todo lo contrario y noto el descenso de mis niveles de euforia. Nada
es nunca suficiente para que pueda atravesar el quicio de la puerta. Dentro se
está tan bien, todo es tan familiar y acogedor que por un momento pienso que ya
está, que no necesito nada más. Sin embargo, siempre llega inesperada la sensación de
ilusión y motivación ante lo desconocido. ¿Acaso es imposible que lo de fuera
sea mejor que lo que ya tengo dentro?
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