Aquella niña me miraba con ojos llenos de interrogantes y no sabía qué
hacer. Sólo un minuto antes yo caminaba por el bulevar camino de la pastelería y
entonces me la encontré parada, justo delante de mí. Le pregunté si se había perdido, si sabía dónde estaba su madre, pero no me supo contestar. Las únicas palabras que
pronunció fueron estas: “me llamo Ofelia y creo que tú puedes ayudarme a
entender lo que pasa, yo por mucho que lo intento no puedo”.
Aún hoy sigo pensado en los interrogantes de sus ojos, que probablemente nunca
encontrarán respuesta.
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